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Sobre la improvisación libre como camino inicial hacia la interpretación musical.

Con motivo de las clases de iniciación musical infantiles que llevamos poniendo en marcha durante estos dos años.

¿Qué aprendemos cuando improvisamos, cuando nos iniciamos a la práctica de un instrumento desde la libertad total?

Vera me preguntaba en su primera clase… ¿cómo es posible que esto esté bien…si yo no sé tocar el piano? En su lógica de niña madura y responsable, eso no podía ser. Naturalmente, algo de razón tenía, pero ha aprendido a ver como sí puede estar bien lo que se hace la primera vez, como puede aún estar mejor, y mejor aún. Como ambas posibilidades, la del “ya puedo hacerlo” y el “tengo mucho que aprender” son compatibles.


Hay muchas actividades a nuestro alrededor que parten de dejar clara la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Evidentemente, esa diferencia existe: no es lo mismo colocar los dedos de un modo que de otro, en una canción algunos sonidos son incorrectos, un sonido puede estar desafinado o fuera de tiempo…evidentemente, hay muchas cosas que aprender para poder interpretar una pieza musical aunque sea sencilla, y la disciplina necesaria –tanto mental como vital- para construir todo eso es uno de los mayores beneficios que aporta la educación musical.


Pero muchas veces la creatividad, la expresividad, la fluidez, la alegría del dejarse llevar acaban ahogadas detrás de tantas cosas que aprender y que supervisar. El “jefe mental” que vigila que todo esté donde debe estar, no deja espacio a la espontaneidad y a la creatividad puras. De ahí la tremenda importancia que tiene para mí empezar por el revés: por el “todo vale”, que ya iremos estableciendo diferencias entre lo bueno y lo mejor. ¿Os imagináis a alguien que tras su primer intento recibe un montón de críticas sobre las notas equivocadas o modos incorrectos de sentarse? ¿Va a volver a atreverse a explorar? Difícilmente…, o se atreverá pero estando pendiente de evitar los errores. En un principio necesitamos sentirnos animados a buscar, a dejar salir fuera nuestros sentimientos, movimientos, gestos…a dejarnos llevar por la música sin más objetivo que ese. Cuando ese paso está dado y nos sentimos seguros, entonces podremos empezar a ser conscientes de lo que hace que una pieza funcione mejor o peor.

Así, después de la libertad, viene la escucha consciente. Los comentarios: me gustó, sí, pero ¿por qué? ¿qué fue lo que funcionó? ¿Por qué me sentí bien escuchándolo o tocándolo? ¿Cuándo empecé a cansarme? Los comentarios críticos –en el mejor de los sentidos- se convierten en reflexiones que pocas veces tenemos oportunidad de hacer: en la música tradicional la pieza ya está terminada, ya funciona (en enseñanzas tradicionales el análisis cubre el papel de esta reflexión y conduce a la composición). Aquí observamos y valoramos todo lo que ocurre: el valor del contraste, de la respiración, de la dirección del discurso musical, elementos musicales de primerísimo orden, aparecen a cada instante, convirtiendo la experiencia en una de las más pedagógicas, musicalmente hablando, que yo he podido vivir.


El siguiente paso, desde mi experiencia y humilde acercamiento a la creatividad musical, que me lleva a intentar organizar en el tiempo algo tan libre y fluido como la intuición, sin frustrarla pero construyendo sobre ella aprendizajes sólidos y progresivos, me lleva a introducir en ese espacio de libertad interior el “jefe” mental que propone ideas nuevas, escucha e interviene con los demás músicos, controla la duración de la pieza, etc. Poco a poco, sin romper el clima creado, planteamos nuevos retos: desarrollar una o varias ideas musicales, escuchar a los demás imitándolos o dejándoles espacio para sus propias ideas, escuchar las transiciones o los finales y también, poco a poco, observar y atender a cuestiones técnicas del instrumento.


Cuando empecé a trabajar así me sorprendieron dos cosas de suma importancia: los alumnos no cometían errores técnicos, su cuerpo, llevado por las necesidades de expresión y por las capacidades disponibles en el momento no se veía forzado a nada, así que las tensiones brillaban por su ausencia. Varias veces, alumnos con especiales dificultades para tocar el instrumento destacaban sobre los demás al ponerse a improvisar (por algo será que la improvisación libre forma parte de las técnicas musicoterapeúticas). En segundo lugar, y más importante aún, las caras de concentración, de absoluta inmersión en la corriente musical, en el aquí y ahora me fascinaron. Qué fácil era, desde este punto, felicitarles y motivarles, también hacerles ver los caminos posibles a seguir… y qué cerca estaba conseguir una interpretación auténticamente musical.


Siempre he contado esta experiencia, comenzada hace diez años en las clases de piano de La Corneta, como una de las aventuras pedagógicas más importantes de mi vida. Pero antes, tuve que transitar ese camino yo misma, para así poder creer en él, en lo que veía y en lo que escuchaba. Aún sigue pareciéndome algo grande.


Belén López

Profesora en la Escuela Municipal de Pinto, da clases iniciación a la música para adultos y de creatividad musical y piano para niños en La Corneta.

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